martes, 1 de noviembre de 2011

Texto extraído del libro "Colón y yo" 2011





Corsarios y Piratas


Los corsarios y piratas, buscaban una forma de vida placentera, aunque fuera corta. Tenían ambiciones, falta de escrúpulos y querían enriquecerse lo más pronto posible. No les importaba cometer cualquier atrocidad, para conseguir un botín. Desde la mitad del siglo XVI, hasta finales de siglo XVIII, los mares de las Antillas,  estuvieron saturados de corsarios y piratas que vivían en comunidad, acatando la dirección de un jefe. El botín era repartido según el valor, esfuerzo o categoría jerárquica. Existía  también un rembolso de 100 escudos para el que perdía un ojo y el que perdía un pie era recompensado con 200 escudos. Cada pirata o corsario tenía su propia bandera que era una variante de la famosa calavera sobre dos tibias cruzadas, donde el cráneo sobre un fondo negro simbolizaba la muerte y se izaba solo al atacar una nave enemiga. El corsario tenía estipulado un contrato con el Estado, el cual le otorgaba la patente de corso y bajo cuyo pabellón navegaba. Con este permiso podía capturar y asaltar barcos y ciudades de países enemigos, repartiendo el botín con el Estado. El pirata, por el contrario, saqueaba por su propia cuenta. Entre los piratas ingleses más conocidos están: Edward Teach, mejor conocido como "Barbanegra" que después de algunos años de entregar los botines a la reina, decidió saquear por su cuenta y Henry Morgan, cuya acción más grande fue tomar el puerto de Portobello, en Panamá, en 1671. 


Los corsarios podían alcanzar gran prestigio, como ocurrió con Francis Drake, tal vez el más famoso de todos, a quien la Reina Isabel I de Inglaterra, dio carta blanca para saquear buques y puertos españoles, diciendo: “Así me vengaría gustosamente del rey de España, por los diversos agravios que he recibido de él.” Por sus empresas la reina concedió a Francis Drake el título de "sir". Algunas de las causas que provocaron el auge del corso y la piratería, fueron el monopolio comercial español que excluía a las restantes potencias europeas del disfrute de las riquezas del nuevo mundo y la imposibilidad por parte de España de poblar y defender tan vastos territorios, convirtiéndose algunos en nidos de piratas. 










Sir Francis Drake

Cuento del ataque más devastador a la ciudad de Santo Domingo, hecho por dicho corsario inglés, en el 1586.

El inglés sir Francis Drake, 1540-1596, zarpó de Plymouth el 15 de septiembre de 1585 con una flota de veititrés navíos y dos mil trescientos entre soldados y marineros. Luego de saquear la ciudad de Santiago, en las islas Azores, siguió con rumbo a Santo Domingo, donde esperaba encontrar la floreciente ciudad, de la que erróneamente se hablaba en Europa. El 10 de enero de 1586 entró en el puerto de dicha ciudad un barco de cabotaje para avisar que había visto el día antes, barcos de vela fondeados en la Isla Catalina, que se encuentra a varias horas de navegación al este de Santo Domingo. Al amanecer del día 11, dieciocho embarcaciones pasaron frente a la costa de Santo Domingo, identificadas como barcos españoles. A las cinco de la tarde llegaron dos mensajeros, con la noticia de que trece velas estaban ancladas en Haina, a pocos kilómetros de Santo Domingo y habían desembarcado seiscientos o setecientos hombres que se dirigían hacia la ciudad. La ciudad no era florida como ellos imaginaban pero estaba con todo su abasto, abundante en vinos, harinas, carneros y mercancías de toda clase. La mayoría de la gente abandonó la ciudad, llevándose las cosas más preciosas y el presidente de la Real Audiencia y capitán general de la isla, don Cristóbal de Ovalle, se dio a la fuga acompañado por el capitán Juan Melgarejo, alguacil mayor. Tomaron un bote y se dirigieron río arriba, hacia el interior y los que decidieron quedarse se atrincheraron en la fortaleza. Se barrenaron también tres barcos y una galera a la entrada del río Ozama, en caso que el ataque viniera dirigido por mar. Los hombres de Francis Drake, llegaron a la ciudad vía tierra y una vez circundada la fortaleza, obligaron a la resistencia a rendirse y en ese mismo día, las tropas inglesas tomaron posesión de Santo Domingo, instalando el cuartel general en la catedral. En la primera capilla a la derecha del altar, Francis Drake colgó una hamaca para su descanso y en una ocasión, en un acceso de ira, cuando trataba el rescate de la ciudad, cortó la nariz a una estatua con un golpe de sable. 








Los invasores pidieron un rescate por la ciudad de 200.000 ducados. Para dar peso a sus exigencias se inició la demolición, el incendio y el saqueo de las más importantes edificaciones. Don Cristóbal de Ovalle, desde su cuartel en el interior de la isla, entabló negociaciones que duraron tres días. Finalmente convinieron en un rescate de 25.000 ducados. Todos los moradores que estaban en condiciones de pagar, contribuyeron con dinero y prendas. Los ingleses se retiraron el 10 de febrero, al mes de haber ocupado la ciudad. Además del rescate pagado, Drake se llevó las campanas de las iglesias, la artillería de la fortaleza, los cueros, azúcares y cañafístulas, así como los navíos que no se habían quemado, dejando Santo Domingo convertido en un montón de ruinas.  









Drake siguió hacia Cartagena de Indias, la cual incendió y al puerto de San Agustín, en Florida, que dejó destruido. Regresó a Plymouth el 28 de julio de 1586, después de una campaña de diez meses. Por este asalto a Santo Domingo, la Corona española estableció un sistema de avisos o buques de alarma, encargados de mantener una efectiva comunicación entre España y las Indias, entendiendo que si no lo reforzaban militarmente, el Imperio corría peligro. Se invirtieron grandes sumas en las fortificaciones de La Habana, Cartagena de Indias, Veracruz, San Agustín de la Florida y San Juan, que en aquel entonces se llamaba Puerto Rico, mientras que la isla era conocida como la isla de San Juan. Santo Domingo ya había perdido importancia, pues el continente era la gran fuente de riqueza del Imperio. 
















Mi segundo amor


Por qué me miras así amor mío,
soy blanca leche de un país frio,
yo quiero a todas tus habitantes,
linda banda de mimosas amantes.

Feliz de tu animada existencia,
adonde estaría sin tu presencia,
me gustan tus graciosos detalles,
las luces amarillas de las calles.

Vives cargada de colores y niños,
sin perder el tren de los cariños,
boquitas sabrosas y perfiles bellos,
mujeres de los enredados cabellos.

Pacífica con ternura la morena,
silbido sale de su cuerpo de sirena,
no puedes huir eres a ella devota
y dulce en esta tierra es la derrota.

Tierra querida sustentada del sol,
costas espinosas que hablan español,
los hechos de tu padre puedo tocar,
truenan sus ideales y ruego su altar.

Tengo una isla y un soplo en mi corazón,
es mi segunda tierra, es mi segundo amor,
si alguien me pregunta por esta delicia,
mis labios dibujan una expresión de malicia.

No molesta a persona alguna,
es sólo un pedazo de clara luna,
es una suave palabra que se susurra,
espero que su deseo nunca se escurra.










Dulce tierra ajena


Tengo deseo todavía de respirar,
el aire de una isla de los mares del sur,
desde mi casa que de niebla puedo llenar,
deseo ver el sol que baila con el mar.

Dulce tierra ajena ya te conozco,
son veinte años que vendo en este quiosco,
en la playa para vivir cerca de mi señora,
en la tierra que percibí encantadora.

Tu verano dura como Dios, eterno,
en los corazones no existe el invierno,
tienes en tu regazo dulzura de gaviotas,
jardines a la vista con perfumes de rosas.

Mirar entre fiordos el palpitar del mar,
correr frente al sol deseando calor,
bombean mi pecho ancestrales tambores,
su piel bronceada se trasmuta en colores.

Al borde del mar una linda sirena,
juega en su cama hecha de arena,
aparece una concha del profundo lejano,
apariencia cercana del remoto Devoniano.

Llueve a tus pies, tu pelo se enreda,
la tierra recibe y se pone de seda,
el perfume de lluvia te baña entera,
en tu rostro se estampa una sonrisa hechicera.

El viaje termina y me siento contento,
con el alma feliz y un cuerpo tremendo,
a la chica del quiosco, a la espuma del mar,
en esta tierra aprendí a amar.















Fotografías extraídas del libro "Colón y yo" 2011

"Las edificaciones más significativas de la República Dominicana" 























































 






























































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